viernes, 24 de mayo de 2013



Teleología de Aristóteles. Aristóteles piensa toda la naturaleza de una manera finalista o teleológica (en griego télos, fin último). Esta teleología valdrá para la acción del hombre. El hombre realiza acciones y lo que hace, lo hace porque lo considera un “bien”, porque si no lo considerase un bien, no lo haría. Ocurre que hay bienes que no son nada más que “medios” para lograr otros: trabajar para obtener dinero y hay otros bienes que en cambio, los consideramos “fines” es decir que los buscamos por sí mismos (la diversión que el dinero nos procura). Pero debemos admitir que todos nuestros actos deben tener un fin último que de sentido a todos los demás fines y medios que podamos buscar, sin un fin último la serie carecería de sentido, hay una serie de medios a la que le faltaría el fin, aquello que otorga sentido a los medios. Aristóteles señala dos características de este bien último o supremo. En primer lugar debe ser final (algo que deseemos por si mismo y no por otra cosa). En segundo lugar tiene que ser algo que se baste a sí mismo. Este bien último es para Aristóteles la felicidad. Si bien todos los hombres buscan la felicidad sucede que pueden encontrarla en cosas muy diversas. Unos sostienen que se encuentra en el placer, otros en los honores o la fama y otros en las riquezas. Según Aristóteles, la felicidad solo puede encontrarse en la virtud (en griego arethe o excelencia) la perfección de la función propia de algo o alguien. La virtud del hombre consistirá en la perfección en el uso de su función propia, la razón en el desarrollo completo de su alma (o vida) racional. Pero ocurre que el hombre no es solamente racional, sino que en el hay también una parte irracional de su alma: los apetitos, la facultad de desear. Hay dos tipos de virtudes, las de la razón considerada en sí misma (virtudes dianoéticas) y las de la razón aplicada a la facultad de desear (virtudes éticas). Las virtudes éticas o morales, o virtudes del carácter (ethos) las define Aristóteles: La virtud es un hábito de elección, consistente en una posición intermedia relativa a nosotros, determinada por la razón y tal como la determinaría el hombre prudente. Es una posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por defecto. Aristóteles dice que para que haya valor moral en una persona, sus actos tienen que ser resultado de una elección (es decir, tienen que ser libres, si bien no hay en Aristóteles un planteo expreso del tema de la libertad de la voluntad). Se trata de un hábito pues no basta con que una persona, en un caso dado, haya elegido lo debido para que la consideremos virtuosa. Una sola buena acción no revela un individuo virtuoso. La virtud es una cuestión de práctica, de ejercicio, es un hábito. Tal hábito de elección se halla en una posición intermedia porque ocurre que en las acciones puede haber exceso, defecto y término medio y en elegir el justo término medio reside la virtud.






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